El cuadro resulta un tanto confuso. A simple vista, los sentidos se ven engañados por una ilusoria trasplación de puntos cardinales. Como una triste Venecia criolla, la provincia de Santa Fé atravieza hoy la más profunda catástrofe de su historia. Más de veintinueve mil personas ya han sido evacuados y otras cuarenta mil esperan -o desesperan- por conocer si su destino también sucumbira bajo las aguas. Tristemente, la correntada también se ha cobrado la vida de catorce seres humanos.
Lo que antes eran calles y avenidas, ahora son arroyos y ríos. Lo que antes eran automóviles y autobuses, ahora son botes y canoas... lo que antes era una ciudad, hoy es una Atlántida sumergida en la tristeza de un diluvio sin precedentes.
Hace poco más de un mes, Santa Fé tuvo un pequeño adelanto de lo que podía llegar a suceder en caso de que el fenómeno de El Niño volviera a sus travesuras. Tras unas intensa lluvia, la cuenca del Rio Salado se vio desbordada, lo que provocó una semi-innudación que no pasó a mayores porque la naturaleza no lo quiso así. En aquella oportunidad, habitantes y funcionarios hicieron oídos sordos de la situación al tiempo que optaron por la inactividad. Y tal como ha sucedido siempre a lo largo de la
historia, tuvo que darse un desastre de semejante magnitud para que la gente,la gendarmería, las autoridades y las asociaciones solidarias, tomen cartas en el asunto y asuman su rol en el problema.
A los tumbos, con muestras claras de una alarmante inexperiencia, poco a poco se fue proveyendo a algunos evacuados de abrigo, alimentos y un albergue hasta que el agua se vaya. Sin embargo todavía hay demasiada gente necesitando elementos básicos para la subsistencia. Muchos de los centros de refugio carecen de servicios elementales como la luz o el gas y no cuentan con la cantidad de colchones suficientes para que dormiten todos los damnificados. La bronca, la confusión y la desazón se mezclan en una incesante cadena de llantos, protestas y desmanes que pretende amortizar un poco el dolor de haberlo perdido todo, menos la vida.
El esfuerzo por revertir una situación humanamente alarmante es loable, pero...¿por qué siempre el espíritu de hermandad surge cuando la tragedia ya ha sobrevenido? Los funcionarios justificaron su inoperancia diciendo que nada se podía hacer ante la brutalidad de una natureleza que no tuvo piedad. Es cierto, nada ni nadie puede contrarrestar los factores clímaticos, pero si se puede prevenir, conciensar. Generar puestos destinados al hospedaje de miles de despojados, que cuenten con garantías primodriales de protección y cuidado.
Los antecedentes marcan una tendecia triste y desalentadora. Ésta no es -ni será- la última innundación en el país, y las cosas se están dando de la misma manera que las veces anteriores. Cuando el agua baje, bajará la atención, al mismo tiempo que el grado de solidaridad. Lentamente, la provincia devastada se irá secando al sol y reconstruirá su húmedo orgullo. Hasta que, al poco tiempo amanezca para darse cuenta de que todo sigue igual, que nada ha cambiado y que nuevamente habrá que volver a empezar.
Santa Fé hoy en día: una ciudad entera rebalsada por la negligencia
:: El Perro 5:22 p. m. [+] ::
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